
Un cuento cualquiera (18/07/08)
Había una vez cualquiera un cuento cualquiera. Era un cuento que quería emocionar a muchos niños, cualesquiera que fuean, para que ellos, al crecer, se lo contaran a sus hijos, con nombres cualquiera, y ellos a los suyos, hasta convertirse en un cuento famoso y propio del folklore popular. Cualquiera que fuera la ciudad o el idioma utilizado, el cuento se contaría con toda plenitud y con toda su intención, cualquiera que fuera, claro.
Su protagonista, un niño, cualquier niño, vivía en una ciudad de tamaño cualquiera con habitantes de cualquier personalidad y temperatura cualquiera. Solía pasearse por cualquier lugar y hacer cosas, cualesquiera que fueran, siempre con el ánimo del resto de habitantes de la ciudad; esto es, con cualquier ánimo.
Pero el niño, tan harto de todos estos hábitos, cualesquiera que fueran, decidió algo muy peculiar, extravagante dirían algunos, temerario dirían otros, insolente dirían los demás. Decidió ser diferente, no ser un cualquiera, sino llamarse Cualquiera. El pobre niño Cualquiera (con mayúscula) no recibió mucho apoyo, por no decir que no recibió apoyo ninguno.
Acabaron por echarle de la ciudad. No oficialmente, por supuesto, sino, como ya se sabe con estas cosas en las que impera la ley del chismorreo pueblerino y la opinión del vulgo cualquiera, le hicieron poco a poco el vacío: le miraban mal, le enviaban anónimos (bueno, más que anónimos cartas firmadas con todas sus letras: "tu vecino, cualquiera que sea", "cualquier panadera", "frutero cualquiera"...), etc.
Así que el niño Cualquiera (con mayúscula) tuvo que irse. Pero irse tanto de esa ciudad como de todas las demás. Esto fue así porque las noticias volaron de ciudad en ciudad, los periódicos de esa ciudad, cualquiera que fuera, se mandaban por correo con destino "Ciudad cualquiera" y remitente "Cualquier ciudad". Y así repetidamente por el resto de ciudades cualesquiera.
Aunque en un principio el niño Cualquiera se sentía fatal por tan propia decisión, poco a poco en él floreció un sentimiento extraño a la vez que reconfortante y, sobre todo, único. No sabía definir qué era, pero sabía que no era "cualquier" sentimiento, que era suyo y nada más. Y por lo tanto único. Y por lo tanto suficiente para sobrevivir en cualquier rincón, dando la importancia a ese rincón para que dejara de ser cualquiera. Y entonces sonrió, con una sonrisa que cualquier persona podía ver, pero que sólo el niño Cualquiera entendía y amaba.