AND YOURS

31.8.09

¿Sexo o suicidio?


Orgasmo físico, muerte mental.

Orgasmo mental, muerte física.

Un verano sin ti



Ha sido un continuo frenesí para no pararme a pensar que ya no estabas. Pero por otro lado nunca he tenido un verano mejor, pues siempre te estuve esperando, a lo largo de todos estos años...Mi verano siempre fue una espera para pasar unos pocos días contigo. No te lo echo en cara, pues la tonta que se quedaba standby era yo. Y no sólo en verano...

Eso no quita que te eche infinitamente de menos, que me sienta una sombra de mí misma. Muy danzarina, pero una mera sombra. Y me veo en tercera persona haciendo cosas que no esperé que haría.

Esto no es una carta, ni mucho menos una confesión...pero ahora que estoy sola y quieta pienso en tí, inevitablemente, y me pregunto muchas cosas.

¿Qué era lo que te hacía tan especial? Eras la edad, eras el tiempo, eras los lugares, eras los olores, eras las ganas de amar. Eras la vida tomada como una sucesión infinita de escenas de cine, series y novelas. Eras la película de la que nunca vi el final porque siempre hacíamos el amor antes de que acabara. Eras la risa sobre mis muchas lágrimas. Eras tus ojos negros que me miraban con picardía tras el otro lado del espejo. Eras el saber en todo momento lo que quería, lo que necesitaba. Eras las ganas de luchar. Eras lo que me hacía mejor persona, lo que me hacía intentar no ser lo que yo veía en mí, lo que veo ahora en todo momento. Eras lo que yo no sabía de mí y lo descubrí contigo. Eras tus manos que tan bien conocían mi cuerpo. Eras tus labios blanditos que me hacían rozar mi propio corazón. Eras unas alas enormes que me protegían y me acercaban un poco más al cielo. Eras mi esclavo, mi dios y mi ejemplo a seguir. Eras el primer cigarro que fumé, la primera mentira que dije, la primera pelea que tuve. Eras la explicación al valor que corre por mis venas. Eras una cresta, un nomeimporta, una filosofía de vida. Eras la bala perdida que fue a dar en mi corazón. Eras todo el amor que pude dar. Eras un alma que pude salvar por unos minutos. Eras las noches de ensueño que ahora paso sola. Eras las horas de silencio, en las que solo hablaban las caricias. Eras las fotos, las sábanas frías por el sudor que se evapora, los pendientes perdidos. Eras los mensajes que no dicen nada, porque no había nada que decir, sólo lo mucho que te quise. Eras las canciones que me parten el corazón. Eras todo mi ayer, y todo lo que soy en el futuro.




Ojalá nunca veas esto.

27.8.09

Desconocidos

Llevaban toda la vida juntos. Ella era la guapa del barrio y ninguno había conseguido conquistarla. Él era el chulo caradura que lo consiguió.


Pronto se fueron a vivir juntos muy lejos del lugar al que pertenecían y comenzaron a generar su paraíso particular en aquella ciudad con playa, donde todo parecía una mezcla de irreal y la vida misma en su estado más puro. Se amaban. También mutuamente.


Él veía la salvación en los grandes y luminosos ojos de Ella, el fin de sus años de exceso y su ascensión a los cielos de la mano de un ángel. Ella veía un mundo entero a través de los de Él, un horizonte muy lejano y todo el tiempo del mundo para llegar hasta allí con Él, por Él.


Pasado un tiempo Él comenzó a trabajar muy lejos de su paraíso, y se quedaba muchos días lejos de Ella, que esperaba soñadora y triste su regreso. Las noches que Él volvía de las largas semanas fuera de casa eran apasionadas, pero el tiempo las acomodó en una rutina que ensombreció un poco su paraíso.


Ella notaba más que él la soledad los días que Él trabajaba, pues se quedaba sola en su paraíso, y empezó a echar de menos el barrio y a despreciar, aunque avergonzada, a Él por dejarla sola tanto tiempo. Él pasaba el día entretenido y sólo pensaba en la vuelta a su paraíso, pero poco a poco dejó de incluir a Ella en ese pensamiento, pues hacían la vuelta a casa menos agradable.


Tuvieron hijos, y Él y Ella se olvidaron un poco respectivamente para estar pendientes de su descendencia. A medida que éstos se hicieron mayores, Ella y Él comenzaron a sentirse solos, y en Ella y Él fue creciendo la vergüenza al acercamiento. Cuanto más solos se sentían, menos se acercaban el uno al otro.


Y así pasó, que Ella se rindió al dolor y dejó caer toda la culpa sobre Él. Y Él tragó ese dolor y generó un agujero negro donde todo caía, donde caía la pena y no manchaba, donde caía la culpa y no se sentía, donde caía el amor...


En su paraíso comenzó a llover. Ella se convirtió en cualquier mujer, amargada y desesperada por recuperar lo que fue, inquisitiva con Él en todo momento. Él comenzó a preguntarse quién era Ella, y comenzó a buscarla en otras mujeres, siendo un cualquiera.


Cada noche era como un pecado y una caída a los infiernos. Era una obligación dormir en la misma cama, Él con Ella, Ella con Él, como siempre. Pero a la vez era tan tenso y tan raro. Tan molesto... pues ¿quién era Ella? y ¿por qué él ya no parecía Él?


No supieron parar a tiempo. No podían, eran su vida y bajo ningún concepto querían destruir su paraíso. Pero en éste comenzó a tronar, y los rayos de tormenta dejaron en el ambiente un olor a quemado que hacía irreal los sentimientos, y el esfuerzo.


Pasaron los años y a pesar de todo siguieron juntos. Él odiando a Ella por ser tan autoritaria, tan bruja. Ella odiando a Él por ser tan imperfecto, tan frío. Juntos en su paraíso, que desde aquella tormenta se quedó con el cielo gris, con una mala luz que generaba sombras en cada esquina. Solos, pero en su paraíso.

25.8.09

Cuando amar duele

Inspirado en la novela "Once minutos" de Paulo Coelho
Tiendo a pensar en los actos de mi vida como algo que me pasa involuntariamente, y que en lo único que puedo actuar es en la manera de tomármelos. Me abstengo de opinar y trago toda el agua sucia que me venga, aunque sea un mar.
Lo hace mucha gente que como yo piensa que la esencia de la vida está en las heroicidades del día cotidiano, en el estoicismo terrenal que nos honrará cuando estemos muertos.
Pero, sinceramente, la esencia de la vida la veo en el sufrimiento. Todo el mundo sufre. Lo quiera o no, lo sepa o no. Y es la gente que sufre con convencimiento la heroica, o al menos la que lo intenta o la que cree serlo.
Sólo cuando sufrimos por amor es cuando se reconoce (y reconocemos) que estamos enamorados. Sólo lo hecho con sacrificio es el trabajo reconocido. Sólo cuando duele estamos realmente enfermos.
Cuando duele...Somos heroicos cuando actuamos a pesar del dolor. ¿A pesar del él o por él?
¿Y si todo fuera en esencia diferente, y es el dolor lo que nos hace actuar con mayor ímpetu y ganas? ¿Y si el dolor es la verdadera motivación de los actos heroicos?
¿Y si amamos por el dolor y no a pesar de él? El amor como el continuo vicio de los mortales, como la continua justificación por la que sufrir sin tener que dar explicaciones. Ese placer insano: por el amor. Por el placer. Por el dolor.

Carolina

Todas las noches, al acostarse, se masturbaba. Su ritual variaba según estuviera sola o acompañada, pues muchas veces esa declaración de amor solitario se convertía en un juego de dos, actor y espectador, amo y sometido, o dos animales; pero todo empezaba con la masturbación.

El instinto la hacía consciente desde muy joven de que follar era el acto más sucio y más puro que se conserva hasta nuestros días. Lo adoraba.

Carolina aspiraba a ser prostituta. Creía que ese era el camino para la ascensión a los cielos: la purificación del alma, decía, sólo puede conseguirse a través de la degradación total del cuerpo. Argumentaba que, si el ser pecaminoso se abandonaba por completo a los placeres terrenales, éste se degradaría y, al desprenderse a cachos del alma, la dejaría libre y en su estado más puro.

Y con esa idea Carolina justificaba por qué no se enamoraba nunca, por qué no permitía a sus sentimientos inmiscuirse en los de todos los hombres q pasaban por su cama. Justificaba así por qué no dejaba más que cosas materiales en la cama de aquellos hombres, como el olor, unas medias, un pintalabios...pero no palabras, ni símbolos, ni sentimientos.

Carolina era la penitencia de un alma de mujer. La redención de una religión de hombres, de un mundo de hombres.

Santa Carolina, madre de la tentación. Carolina, la diosa Lujuria.

23.8.09

Memorias de una puta

Miento. Miento de una manera instintiva e inocente que no afecta a nadie más que a mí. Me miento cuando miento a lo demás sobre pequeños detalles de mi vida. Insignificantes, mediocres momentos que transformo sutilmente en maravillas o en cosas igual de mediocres pero distintas.


Por pereza, porque a veces la realidad de mi vida se acompleja y es demasiado trabajoso contarla tal cual, en una sucesión infinita de porqués y peros que acaban en un "no lo sé" a gritos para evitar la angustia del infinito.


Por envidia, porque mis expectativas no se ven cumplidas en mí y deseo fervientemente ser, estar o parecer como el otro.


Por avaricia, porque siento que con lo que diga puedo abarcarlo todo según lo diga así o asá, alimentando las siguientes mentiras con ese deseo y construyéndome a mi misma bella y esplendorosa sobre una torre inmensa de excrementos.


Por gula, por el apetitoso sentido del todo-cabe-en-estas-palabras, por el sabroso momento de gloria del ser que no es, siendo lo que quiere ser.


Por ira, porque me avergüenzo de muchas cosas y deseo destruirlas y que se pudran en el pozo de la verdad, en ese lugar donde todo duele tanto.


Por lujuria, por los pensamientos orgásmicos que podrían ser verdad. Por la satisfacción de ver el placer, de ser el placer de mis palabras.


Por soberbia, porque aprendí a querer ser perfecta y no puedo no serlo, no quererlo. Por no permitirme pasar de la raya y por no querer admitir que muchas veces me he pasado o no he llegado.


Miento. Para ser la persona que ya soy, la persona que la gente ve y que yo aún no veo.