Todas las noches, al acostarse, se masturbaba. Su ritual variaba según estuviera sola o acompañada, pues muchas veces esa declaración de amor solitario se convertía en un juego de dos, actor y espectador, amo y sometido, o dos animales; pero todo empezaba con la masturbación.
El instinto la hacía consciente desde muy joven de que follar era el acto más sucio y más puro que se conserva hasta nuestros días. Lo adoraba.
Carolina aspiraba a ser prostituta. Creía que ese era el camino para la ascensión a los cielos: la purificación del alma, decía, sólo puede conseguirse a través de la degradación total del cuerpo. Argumentaba que, si el ser pecaminoso se abandonaba por completo a los placeres terrenales, éste se degradaría y, al desprenderse a cachos del alma, la dejaría libre y en su estado más puro.
Y con esa idea Carolina justificaba por qué no se enamoraba nunca, por qué no permitía a sus sentimientos inmiscuirse en los de todos los hombres q pasaban por su cama. Justificaba así por qué no dejaba más que cosas materiales en la cama de aquellos hombres, como el olor, unas medias, un pintalabios...pero no palabras, ni símbolos, ni sentimientos.
Carolina era la penitencia de un alma de mujer. La redención de una religión de hombres, de un mundo de hombres.
Santa Carolina, madre de la tentación. Carolina, la diosa Lujuria.
El instinto la hacía consciente desde muy joven de que follar era el acto más sucio y más puro que se conserva hasta nuestros días. Lo adoraba.
Carolina aspiraba a ser prostituta. Creía que ese era el camino para la ascensión a los cielos: la purificación del alma, decía, sólo puede conseguirse a través de la degradación total del cuerpo. Argumentaba que, si el ser pecaminoso se abandonaba por completo a los placeres terrenales, éste se degradaría y, al desprenderse a cachos del alma, la dejaría libre y en su estado más puro.
Y con esa idea Carolina justificaba por qué no se enamoraba nunca, por qué no permitía a sus sentimientos inmiscuirse en los de todos los hombres q pasaban por su cama. Justificaba así por qué no dejaba más que cosas materiales en la cama de aquellos hombres, como el olor, unas medias, un pintalabios...pero no palabras, ni símbolos, ni sentimientos.
Carolina era la penitencia de un alma de mujer. La redención de una religión de hombres, de un mundo de hombres.
Santa Carolina, madre de la tentación. Carolina, la diosa Lujuria.
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