(Cuento que escribí en un blog anterior a este. A fecha de Junio, que tiene más sentido)
Todo comenzó con la llegada del calor. Un calor acosador, que no te deja ni dormir, ni comer, ni hacer nada decentemente. Ella no podía conciliar el sueño, no paraba de dar vueltas y enredarse los pies con las sábanas apartadas. Su ligero camisón se resistía a quedarse en su sitio y la hacía sudar. Le picaban las piernas. El sudor rápidamente se evaporaba, su piel se quedaba caliente y reseca. Le picaba. Le hormigueaban los pies y las manos. Su cuerpo desparramado en el somier adquiría posturas que no permitían que su sangre irrigara por igual a todas las partes de su cuerpo. Suavemente se rascó las pantorrillas, y se masajeó las piernas para mejorar la circulación. Tampoco mucho, pues la fricción apremiaba el calor. Pasado el picor intentó relajarse de nuevo.
No pudo. Mosquitos. Mosquita, más bien. Con ese silbido agudo y tembloroso que penetra en el oído, como si en el mismo tímpano fuera a picar. La chica de nuevo comenzó a ponerse nerviosa. "¡No puede ser!". Intentaba olvidarse. "Dormir, dormir...sólo piensa en dormir". Zumbidos. "...". Zumbidos más cerca. Se protege los oídos entre el colchón y la almohada. ¿Cómo, con semejante capa de plumas aislando su cabeza, puede seguir oyendo al maldito bicho? Se levanta apresuradamente y enciende la luz, dispuesta a aplastar con la zapatilla al mismo diablo si es él el que hace el ruido.
Más hubiera valido que al menos Satán se encontrase entre los presentes: ni rastro de la mosquita. Y lo más frustrante aún: silencio total. Apagó la luz y volvió a acostarse. Sin soltar la zapatilla, ya percatada de la inteligencia de su enemiga.
"Zhhhhhhhhhh!!!" Con un rápido movimiento se estampó la zapatilla en la cara, lo que le valió para dos cosas: matar al bicho y volver a quedarse de nuevo ojiplática, con la mejilla roja y hormigueante. Por la demencia del momento le sobrevino en una carcajada. Recordó aquella noche que pasó en el campo con sus amigos, en la que no pudo dormir a raíz de descubrir que su picor de ombligo se debía a la visita de una oruga a su saco de dormir. O aquella vez en la que ni siquiera pudo entrar en su cuarto, pues una araña había decidido corretear por sus paredes y no dejarse atrapar.
Los bichos siempre le habían dado mucho miedo. No era un miedo pavoroso que no permite la actuación. Era un miedo de niña, que la hacía gritar como una histérica y hacer tonterías porque ay-he-visto-un-bicho-micrométrico-que-resultó-ser-una-mancha-de-boli-en-la-mesa. Siempre se lo había tomado con humor, pues sabía lo tonta que se ponía en esas situaciones que en un primer momento le parecían tan peligrosas.
Mientras pensaba todo esto se rascaba el brazo. "Juraría que a la mosquita no le ha dado tiempo a hacerme un picotazo". Simplemente tenía el brazo rojo de haber estado rascándose, aunque no sabía muy bien por qué lo había estado haciendo tan efusivamente. Sintió unas diminutas patitas posadas en el empeine del pie derecho. Una sensación tan sutil que ni siquiera podía ser real. Como el humo. Pero sabía que otro ser que no era ella misma estaba actuando sobre su perímetro.
Se posó la mano, y allí no había nada. No era posible que el bicho se hubiera movido, o que hubiera echado a volar, pues había sentido la sensación hasta el instante en que se había empezado a rascar. No quería creerse que el simple roce de las sábanas pudiera dar esa sensación, pudiera incomodarla tanto... Pero ya que estaba por la zona, siguió rascándose camino de la pierna, pues seguían picándole, al igual que el brazo y la otra pierna. Al poco empezó a picarle el cuello, las manos, la espalda, la cara... Cada vez se rascaba más, le picaba más, se ponía más nerviosa.
"Te estás rayando, frénate" Se decía a sí misma. Las piernas, en donde llevaba a cabo su trabajo con más asiduidad, le empezaban a escocer, y empezaban a florecer las primeras líneas rojas en su piel blanca y suave, como entrecruzadas marcas de neumáticos en la carretera. Posando las palmas de las manos en la cama, comenzó a calmarse, dándose cuenta de lo que cansada que estaba, del tiempo que había pasado, del poco que le quedaba para dormir escasamente antes del examen. Se relajó, se calmó con el sonido de su propia respiración, lenta y pesada, que la arrastraba a la cómoda oscuridad de una mente que deja de trabajar unos instantes y permite que viajemos al mundo de los sueños.
Y, en la quietud, en ese limbo entre el sueño y la vigilia, vislumbró un grumillo negro que recorría su brazo, apresuradamente hasta su cara. Se sacudió fuertemente, incorporándose. Removió las sábanas, miró bajo la almohada, se quitó el camisón, sacudió su pelo, encendió y apagó la luz repetidas veces... Buscaba al bicho en cada rincón de su cuarto, en cada centímetro de su cuerpo... Nada. Como buen ladrón se escapó de la agotada chica, llevándose su sueño.
Volvió a tumbarse, resignada a pasar la noche en vela. En ese momento el bicho volvió a la carga, pero ella decidió no impedirle la conquista de su cuerpo, pues ya sabía que nada podía hacer. Sintió cómo correteaba por su pie, como descansaba en la punta del dedo gordo, como iba y venía sin decidirse por un camino concreto, huyendo o más bien planteándose el lugar idóneo para plantar su picadura. Movió desganadamente el pie para echarlo. Y el cosquilleo de las patitas paso a su muslo en cuanto se desprendió del pie.
Pero no podía ser el mismo bicho, pensó. Imposible. Entre el fardo de sábanas y el despiste del propio animal, no era probable que tan rápidamente hubiera llegado al muslo. Mientras se planteaba todo esto, volvió a sentir el primer bicho en el dedo gordo, sin que el segundo picor se hubiera quitado. Y un tercero en el mismo pie, en otra zona. Y un cuarto cosquilleo en el otro pie. Y un quinto... "Son imaginaciones mías, es por el cansancio" afirmó, pero no se atrevía a corroborarlo.
Mientras sentía sucesivos correteos por la piel, que subían hasta la parte alta de los muslos. Decidió confirmar sus sospechas deslizando lentamente la mano derecha hasta su cadera. Lo que ella sintió no es describible. Pensó en aquellos hombres de las noticias, que salen cubiertos de abejas, en una simbiosis agradable que les deja limpios de picaduras. Pensó en esa sensación, el suave pelo de los abdómenes de esas melíferas, la inocencia de su murmullo...
...Las sonoras extremidades de arañas, moscas, mosquitos...los cuerpos blandos y viscosos de orugas y gusanos... avanzaban incansablemente como un pelotón, que violaba la paz de un pueblo epidérmico humano, incapaz de moverse, paralizado de horror...
Ese zumbido...